Las ideas revolucionarias en contra del colonialismo europeo en las Américas empezaron a tomar forma tras las luchas independentistas de las Trece Colonias, con lo cual el Imperio británico tuvo que soportar una revolución que inició en 1775 con la formación de ejércitos continentales liderados por George Washington, y se prolongó hasta 1783, incluso después de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1776.
La victoria independentista estadounidense tuvo consecuencias que no
solo afectaron a los demás países americanos, sino que tuvo
repercusiones en el propio continente europeo, en donde, la mayoría de
países mantenían rivalidades históricas, económicas, y militares. De
hecho, varios otros imperios europeos aportaron económica y militarmente
a los revolucionarios norteamericanos con el objetivo de debilitar las
fuerzas británicas, generando con ello su desestabilización a nivel
internacional como potencia.
En América Latina, especialmente en las colonias españolas, la figura de Napoleón Bonaparte fue fundamental. En 1808, las fuerzas francesas napoleónicas invadieron España, con la firme decisión de ocupar la península Ibérica y así de este modo consolidar la formación del Primer Imperio Francés. Con el paso del tiempo, el rey Carlos IV fue obligado a abdicar en la ciudad de Bayona a favor de su hijo, Fernando VII.
El rey Fernando VII también abdicó casi inmediatamente, con lo que Napoleón Bonaparte nombró a su hermano, José Bonaparte, como rey de España y quedó manifestado el Estatuto de Bayona
la cual reconocía la autonomía de las provincias americanas del dominio
español y sus pretensiones de reinar sobre aquellos inmensos
territorios cuyos habitantes nunca quisieron aceptar los planes y
designios del emperador, son elementos básicos para entender los
movimientos de emancipación.
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