Luego de haber permanecido en Europa durante algunos años, entre 1812 y
1816, empapados de nuevos conceptos políticos, volvieron a Guayaquil don
José de Antepara y el Dr. José Joaquín de Olmedo.
A estos dos guayaquileños, hay que sumarles al luisianes José de Villamil, quien por haber nacido en los Estados Unidos conocía bien los principios de independencia, democracia y república.
De manera clandestina, estos personajes empezaron a reunirse con diferentes grupos de guayaquileños ante quienes expusieron cuales eran las nuevas formas de gobierno que debían regir el destino de los pueblos libres, explicando además que los pueblos de América no podían ser gobernados por un monarca absolutista que disponía de vidas y haciendas desde el otro lado del océano.
Olmedo y Antepara hablaron en términos de independencia, refiriéndose a la libre determinación de los pueblos y al derecho de estos de elegir a sus propios gobernantes, hablaron de democracia y de República, y demostraron que era necesario realizar cambios sustanciales en las estructuras políticas y sociales de los pueblos de la América española.
Fueron tan convincentes los principios y argumentos independentistas expresados por Antepara, Olmedo y Villamil, que sus voces fueron escuchadas, y esas ideas de independencia, democracia, constitución y libre determinación, poco a poco... de boca en boca... empezaron a regarse entre todos los guayaquileños.
Fue entonces que, a mediados de 1820, procedentes de Lima llegaron los oficiales venezolanos León de Febres-Cordero, Luis Urdaneta y los hermanos, Luis Felipe y Miguel de Letamendi, miembros del batallón realista "Numancia", quienes habían sido separados de dicho cuerpo por sus expresiones de rebeldía y simpatías independentistas.
Los tres oficiales criollos encontraron en Guayaquil un ambiente conforme con sus ideales independentistas, por lo que los patriotas guayaquileños, al conocer las causas de su presencia en la ciudad, los invitaron a quedarse para participar en el movimiento revolucionario que se estaba gestando.
Y es que los guayaquileños sabían que para proclamar su independencia, a más de la fuerza consistente de sus ideas, necesitaban también la fuerza determinante de las armas y una gran cantidad de efectivos militares, fue por eso que con inteligencia y argumentos, contando además con la presencia de los oficiales venezolanos lograron convencer a la oficialidad de los regimientos acantonados en la ciudad, entre los que se encontraban el Cap. Gregorio Escobedo, el "Cacique" Alvarez, el Cap. Nájera y los sargentos Vargas y Pavón.
A estos dos guayaquileños, hay que sumarles al luisianes José de Villamil, quien por haber nacido en los Estados Unidos conocía bien los principios de independencia, democracia y república.
De manera clandestina, estos personajes empezaron a reunirse con diferentes grupos de guayaquileños ante quienes expusieron cuales eran las nuevas formas de gobierno que debían regir el destino de los pueblos libres, explicando además que los pueblos de América no podían ser gobernados por un monarca absolutista que disponía de vidas y haciendas desde el otro lado del océano.
Olmedo y Antepara hablaron en términos de independencia, refiriéndose a la libre determinación de los pueblos y al derecho de estos de elegir a sus propios gobernantes, hablaron de democracia y de República, y demostraron que era necesario realizar cambios sustanciales en las estructuras políticas y sociales de los pueblos de la América española.
Fueron tan convincentes los principios y argumentos independentistas expresados por Antepara, Olmedo y Villamil, que sus voces fueron escuchadas, y esas ideas de independencia, democracia, constitución y libre determinación, poco a poco... de boca en boca... empezaron a regarse entre todos los guayaquileños.
Fue entonces que, a mediados de 1820, procedentes de Lima llegaron los oficiales venezolanos León de Febres-Cordero, Luis Urdaneta y los hermanos, Luis Felipe y Miguel de Letamendi, miembros del batallón realista "Numancia", quienes habían sido separados de dicho cuerpo por sus expresiones de rebeldía y simpatías independentistas.
Los tres oficiales criollos encontraron en Guayaquil un ambiente conforme con sus ideales independentistas, por lo que los patriotas guayaquileños, al conocer las causas de su presencia en la ciudad, los invitaron a quedarse para participar en el movimiento revolucionario que se estaba gestando.
Y es que los guayaquileños sabían que para proclamar su independencia, a más de la fuerza consistente de sus ideas, necesitaban también la fuerza determinante de las armas y una gran cantidad de efectivos militares, fue por eso que con inteligencia y argumentos, contando además con la presencia de los oficiales venezolanos lograron convencer a la oficialidad de los regimientos acantonados en la ciudad, entre los que se encontraban el Cap. Gregorio Escobedo, el "Cacique" Alvarez, el Cap. Nájera y los sargentos Vargas y Pavón.
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